Esta mañana me he levantado, aunque con esfuerzo, razonablemente feliz. Diría incluso que con energía, sobre todo si lo comparo con los últimos días. Me he puesto a trabajar con unos últimos retoques de mantenimiento en mi obra La Dolorosa, nuestra Señora de la Fibromialgia, que en breve volverá a ser expuesta (eso lo contaré otro día con el detalle que merece). Mi cabeza iba dando vueltas a la importancia de visibilizar las cosas. Las cosas feas. Porque las bonitas, no nos cuesta nada mostrarlas, todo lo contrario. Y me he dado cuenta de la paradoja. Aquí, llenándome la boca del poderío, la fuerza, de la resiliencia, de la corona de luz de las mujeres fibromiálgicas. Y he caído en que siempre que me muestro, lo hago desde ahí, desde la energía, desde un estado de ánimo positivo. Porque es cuando tengo ganas de mostrarme. Pero yo no soy siempre así. Cuando estoy agotada, no me siento para nada poderosa, para nada una guerrera.
Y no es mi cuerpo lo que más sufre. Es mi mente, mi estado de ánimo, mi visión del mundo. Me cuesta sentir lo que mi razón me dice. Cuando estoy exhausta, la creatividad no brota, no siento ilusión por las cosas que hace unos días me entusiasmaban. Miro la agenda apretada y me falta el aire, las fuerzas. Siento que no podré con ello. Y el pánico se apodera de mí. Siento terror a volver a ese estado, que conozco muy bien, en el que he navegado tanto tiempo cuando vivía en Barcelona. La ciudad no tenía la culpa. Pero no me ayudaba a sanar, a desconectar, a recuperarme. Cuando se habla de fibromialgia, todo se centra en el dolor. Y no hablamos de la salud mental, porque ese tema nos aterra. Tan común y tan tabú. Nos aterra mostrar que estamos mal, porque hemos crecido en un mundo en el que la depresión y la ansiedad son cosas que les pasan a otros, a los débiles, a los infelices que no son capaces de darse cuenta de que lo suyo no es un drama, que con dos tortas bien dadas se les pasaría la tontería. No estés triste! Anímate! No te pongas nerviosa! No tienes motivos ni derecho a estar así (esto último te lo dices tú misma).
Entro en pánico porque prefiero el dolor físico a volver ahí. Afortunadamente, ahora me dura pocos días. Ya no es mi estado habitual. Y pienso en cómo pude vivir tanto tiempo instalada ahí, teniendo un día bueno y seis malos. Sintiendo que había algo averiado en mi interior. Si te sientes así, busca ayuda. No lo vivas como un estado normal. No lo es. Ve al médico. Habla con algún profesional. Y sobretodo, no te culpabilices “porque no tienes de derecho a estar así”.
Me ha costado decidirme a hablar de esto. Es algo íntimo, una parte de mí que no me gusta, y no me gusta enseñar. Cuando estoy mal ni siquiera recurro a mis amigas, me encierro. Pero creo que debo compartirlo para ser coherente con mi intención de visibilizar la fibro o la menopausia (ese melón lo abriré otro día). Y porque quizá alguien lo lea y le pueda ayudar de alguna manera.