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Los recuerdos más bonitos de mi infancia se sitúan al lado del mar, y si cierro los ojos, me veo recogiendo pequeñas piedras, caracolas y frasquitos con arena. Para mí eran grandes tesoros. Unas cuantas décadas después, esa arena sigue siendo para mí algo tan valioso como una piedra preciosa. Así que me decidí a convertir algunos de esos granitos en joyas. Si tuviera que definir estas piezas, hablaría de joyería emocional. El significado de cada una de ellas, va mucho más allá de lo material.
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Los recuerdos más bonitos de mi infancia se sitúan al lado del mar, y si cierro los ojos, me veo recogiendo pequeñas piedras, caracolas y frasquitos con arena. Para mí eran grandes tesoros. Unas cuantas décadas después, esa arena sigue siendo para mí algo tan valioso como una piedra preciosa. Así que me decidí a convertir algunos de esos granitos en joyas. Si tuviera que definir estas piezas, hablaría de joyería emocional. El significado de cada una de ellas, va mucho más allá de lo material.
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Los recuerdos más bonitos de mi infancia se sitúan al lado del mar, y si cierro los ojos, me veo recogiendo pequeñas piedras, caracolas y frasquitos con arena. Para mí eran grandes tesoros. Unas cuantas décadas después, esa arena sigue siendo para mí algo tan valioso como una piedra preciosa. Así que me decidí a convertir algunos de esos granitos en joyas. Si tuviera que definir estas piezas, hablaría de joyería emocional. El significado de cada una de ellas, va mucho más allá de lo material.
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Se mueve con el ritmo incesante del devenir. Fluye a través de él en armonía, adaptándose a cada forma. Convirtiéndose en minúscula gota o en vasto océano. Llenando cualquier contenedor. Filtrándose por las ranuras más ínfimas. Y a pesar de su apariencia débil, blanda, informe, es capaz de erosionar la piedra más dura. Quiero fluir como ella. Ser agua.